Saludos y prosperidad:
Llevo un
tiempo enganchado a un juego del tipo mapgame,
llamado Gloria
Mundi. En él comencé siendo Austria-Hungría, pero la evolución del
juego hizo que este imperio se dividiera y quedé jugando como Hungría. A su
vez, en América, la nación de México es invadida por España y una serie de
eventos provocan que México terminara partido en un montón de naciones
diferentes. Así mismo, Santa Anna llega a convertirse en emperador, y ha
logrado ir nuevamente dominando cada una de esas diversas naciones. La que le faltaba
era la ciudad de Veracruz, que había terminado como una ciudad semiautónoma,
perteneciente a España.
Esta ciudad de
Veracruz ha tenido ya 8 combates, de diversos tipos, a lo largo de lo que va el
juego. La cuestión es que una empresa privada húngara invierte en Veracruz (en
un período de paz en la ciudad) construyendo un hotel-casino y finalmente llega
el momento de la invasión de Méjico.
La resolución
del turno describe brevemente la batalla en 5 cortos párrafos, que me sirvieron
de inspiración para yo relatarla, desde el punto de vista de un trabajador del
hotel.
Es una batalla
épica donde las fuerzas mejicanas están conformadas por:
-18.000
infantes
-300 cañones
de campaña
-200 jinetes
(me imagino que es como la guardia personal del emperador Santa Anna)
-30
embarcaciones de diversos tipos
-Su general influye
positivamente sobre sus tropas
Los defensores
están conformados por:
-7.000
infantes españoles (su profesionalidad se cuantifica en el juego un poco mejor
que la de los mejicanos)
-2.500 infantes
veracruzanos (su profesionalidad se cuantifica en el juego un poco peor que la
de los mejicanos)
-50 cañones de
campaña españoles y 50 veracruzanos
-100 jinetes
veracruzanos
-La ciudad
posee murallas y las tropas están atrincheradas
-20
embarcaciones españolas, de varios tipos y 2 veracruzanos (las españolas son
mejores que las mejicanas)
En el juego estamos en el año 1850 y la tecnología es más o menos equiparable a la real de ese año.
Les invito a
leer el relato y espero lo disfruten:
Yo estuve en la 9na. Batalla de Veracruz
Advertencia:
Se recomienda
ver los siguientes dos mapas para poder ubicarse con lo descrito en el relato:
Mapa de
Veracruz en 1870, pero al parecer no ha cambiado mucho con respecto a los años anteriores,
así que es el usado como guía. Lo que sí no existe, es la línea férrea que muestra el mapa.
https://centrohistorico.veracruzmunicipio.gob.mx/media/cartografias/08213220120828_VER-1850.jpg
En este se ve
claramente las colinas fuera de la ciudad y isla con fortaleza frente al
puerto, ambas importantes en los acontecimientos
http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/mapas/1325-OYB-7261-A.jpg
Desde hace
varios años, los habitantes de Veracruz vivían en una extraña situación,
tratando de llevar la vida de forma normal, con esperanzas en el futuro, pero
sabiendo que la amenaza de un gran ataque permanecía latente, y era sólo
cuestión de tiempo para que el aviso de que viene el lobo fuese real.
La ciudad, año
tras año, ha estado, tanto reconstruyéndose para mejorar su habitabilidad
(curando las heridas dejadas por 8 combates anteriores), como para restablecer las
defensas de la ciudad. Cada año se ha invertido fuertes sumas en la
reconstrucción y mejora de sus murallas, pero también en otras posibles
defensas.
En Veracruz,
son pocas las construcciones altas, y tras tantas batallas, éstas han tenido
que ser reparadas varias veces. El edificio más moderno y alto (y también el más lujoso) es el Hotel
Casino Hungría Veracruz, donde yo trabajo en el servicio de seguridad,
que no ha vivido ninguna de las ocho heroicas batallas que ya lleva esta
sufrida ciudad.
Ilustración 1 Panorámica del centro
de la ciudad desde uno de los pisos del hotel, en la imagen se ve la parroquia,
el hotel Diligencias, el Zócalo con su primer diseño, el Palacio Municipal, y
al fondo la Aduana, la Bahía y San Juan de Ulúa
El hotel, con su función de casino, y las leyes especiales que el gobierno de Veracruz implantó sobre el juego, para promover su funcionamiento, provocaron que un buen flujo de personalidades ricas de América, principalmente, pasaran por la ciudad para jugar en sus instalaciones y disfrutar de sus shows (que rápidamente acuñaron fama). Esto trajo bastante movimiento de dinero en la ciudad, acarreando una prosperidad indirecta en muchos de sus rincones.
El último gran
evento del hotel se realizó a finales de octubre de 1850, cuando se celebró el Primer
Torneo Internacional de Póker, que trajo a gran cantidad de jugadores de
todas partes del mundo, pero la mayoría eran de países como Colombia, México y
especialmente Estados Unidos.
El torneo
también trajo gran cantidad de espectadores que llenaron todas las
instalaciones de la ciudad; las de lujo como las humildes, a pesar de la amenaza
latente de que un ataque era inminente. Lo cierto es que, desde que estoy aquí,
nunca se había sentido tanta tensión en el ambiente.
Tras terminar
el torneo la mayor parte de los jugadores y espectadores decidieron irse de la
ciudad lo antes posible, con ese miedo de quedar atrapados en medio de un
asedio a la ciudad. La mayor parte de la población nativa usaba expresiones de
despreocupación, cuando les preguntaban, queriendo alardear de que algunos de
ellos ya habían sobrevivido a varias batallas y que estaban acostumbrados a esa
tensión del ataque que ya se va a producir; pero dentro de sus casas, la
mayoría se veían a los ojos sabiendo que nunca había habido más señales como
ahora de que el momento de la verdad realmente estaba llegando y no faltaba
mucho para que la ciudad sea por novena vez el campo de juego del dios Marte.
La mayoría de aquellos que realmente tenían cómo irse se plantearon seriamente
hacerlo. Los más pobres ni se preocupaban en pensar en un ataque que les era
inevitable.
Y esas señales
también las estaba viendo yo. El aumento no sólo de la intensidad del
entrenamiento de la milicia de la ciudad, sino también el que se estaba
integrando a la misma a una mayor cantidad de gente; apenas descartando a personas
con discapacidades. Durante meses me di cuenta que el gobierno iba ubicando
extraños barriles, muy bien sellados, a lo largo de la ciudad. Los barriles en
la mayoría de los casos no tenían seña alguna, en otros decían ser de agua o de
vino, pero no eran usados como tales y se colocaban en lugares no adecuados o
extraños. A quien preguntaba demasiado, como yo, se le decía que se estaba
almacenando provisiones para un asedio. Entre los lugares más extraños donde
eran ubicados estaba el que se habían iniciado unas obras, que oficialmente
eran para crear un alcantarillado moderno para la ciudad, pero en los pocos
túneles semiconstruidos, se almacenaron barriles de esos (especialmente en la
zona del puerto). Otros eran escondidos en carretas cubiertas en ciertos
lugares. Todo me daba muy mala espina.
Luego llegaron
los españoles, a principio de noviembre, y todo el mundo supo que la hora de la
verdad podía ser en cualquier amanecer. Este fue el momento en que los últimos
precavidos se fueron. De la casa en Hungría recibimos la orden de que todas las
tiendas en el hotel (prácticamente, casi todas las tiendas de mayor lujo de
Veracruz) recogieran sus mercancías y cerraran. Todo sería almacenado en los
almacenes de la TransEurop (la empresa logística entre América y Europa
que usamos) que irónicamente se encuentran en el puerto mexicano de Tampico.
Estarían embaladas como mercancía a exportar a Hungría. Si el ataque no se
lleva a cabo, regresarían a Veracruz. También se despachó a Hungría la mayoría
de las ganancias del hotel.
Tuve la suerte
de estar en la entrada del hotel, cuando se presentó un pomposo oficial
español, preguntando por el gerente. Se lo busqué y se lo traje. El impoluto
coronel se presentó como coronel José Fernando Rivapalacios y del
Monte-Gallardo, comandante del 27º Regimiento de Infantería de Línea
y expresó en voz alta:
—En
nombre del rey de España, Carlos V, esta propiedad es confiscada para ser usada
en la defensa de la ciudad.
Otros
oficiales españoles también se encontraban entrando al lobby del hotel,
mientras en la calle comenzaban a acumularse soldados y los vecinos curiosos
asomados por las ventanas.
El coronel
informó que formaba parte de las fuerzas asignadas a la defensa de la ciudad y
que su regimiento se encargaba de la defensa de esa parte de la misma. Estamos
ubicados, más o menos, en el centro de la ciudad (ocupamos el solar entre la 6ta.
Calle del 5 de Mayo, la Calle de la Lagunilla y la Calle de Salinas)
por lo que supuse que el control de esas calles será importante para contener a
tropas enemigas que hayan logrado penetrar en la ciudad.
Pidió al
gerente que le enseñaran todas las instalaciones. El gerente accedió, como no
tenía de otra, pero exigió que todos los soldados se quedaran afuera. El
coronel accedió, pero siendo acompañado con 2 edecanes. Yo también participé de
la guía turística. El coronel iba dando instrucciones a sus ayudantes a medida
que iba viendo las instalaciones y ellos anotaban.
Terminada la
gira, mandó a desalojar a todos en el hotel, para asignar habitaciones a
algunos de sus oficiales (los cuartos de los pisos 3 al 5). El hotel a estas
alturas ya tenía pocos clientes. De ellos la mayoría prepararon sus maletas sin
objeción alguna para alejarse lo más posible de este futuro cementerio
amurallado. Aunque hubo un grupo de jugadores del torneo de póker, la mayoría
estadounidenses, que se resistieron a irse. Se habían quedado expresamente en
el hotel en busca de ver la futura batalla y tener un poco de acción. También
se quedó uno de los reporteros que cubrían el evento del torneo de Póker y
ahora quería cubrir la nueva batalla de Veracruz.
El coronel
estaba contento, como niño con bolsa de golosinas, con el hecho de que el
edificio poseyera un sótano, una planta baja y dos pisos con una estructura de
piedra, estilo fortaleza debido a la gran cantidad de dinero que se maneja en
esas plantas del hotel. Los siguientes 3 pisos (habitaciones principalmente) ya
eran de la tradicional madera. El cuartel del regimiento y del batallón
encargado del hotel se instaló en el piso 2 (donde normalmente juegan las
personas más adineradas y donde se encuentra la caja fuerte principal). En el
piso 1 (donde normalmente la gente juega en el casino) mandó a instalar el
hospital de campaña (embalándose y almacenando lo mejor posible todo el
mobiliario de los juegos) y en el sótano mandó a instalar el polvorín. La
planta baja, donde se encuentra el restaurante, el bar con espacios para shows
nocturnos y las tiendas de lujo (de productos traídos de Hungría) se mandó a atrincherar
fuertemente.
Al ver que
pasaban los días y nada indicaba que los soldados se irían o que la batalla no
se produciría, el gerente decidió mandar a trasladar todo el mobiliario para
los juegos a los depósitos de la TransEurop. El gerente le dio la
oportunidad a todo el personal del hotel a salir de Veracruz. La mayor parte
del personal de servicios aceptó el ofrecimiento, pero como el mismo gerente se
quedaría a custodiar el hotel, la mayor parte del personal de seguridad decidimos
quedarnos con él, a protegerlo.
Veracruz es
una ciudad pequeña, máximo 2 kilómetros de ancho por 1 de ancho. El pequeño escuadrón
de 100 jinetes se encontraba emplazado en el Palacio, a sólo 2 o 3 cuadras de
aquí. Aun así, las fuerzas regulares del general Juan Francisco Gonzáles
Hernández de Malibrán, de apenas 2.500 infantes no eran suficientes para
defender toda la ciudad. Las milicias levantadas en los últimos tres meses no
son de mucha ayuda real ante el ejército regular mexicano. La defensa depende
realmente de los 7.000 infantes españoles, repartidos entre las diversas
fortalezas, fortines y demás defensas levantadas.
Veracruz nunca
tuvo los recursos para reparar los daños en la estratégica fortaleza de San
Juan de Ulúa. Los españoles decidieron ocuparla con 500 hombres y 20 cañones (evidentemente
con sus dotaciones). Es una pieza importante para la defensa de la entrada del
puerto de Veracruz y todos esperábamos que evitara que la flota mejicana
bloqueara el puerto.
Tanto la
infantería española, como la veracruzana trabajaron duro para reparar, mantener
y construir las defensas existentes y nuevas. Era frecuente el levantamiento de
barricadas y el desembarco de pertrechos en el puerto, para las diferentes
defensas. Los niños corrían de un lado para el otro, porque frecuentemente eran
usados para los mandados y transportar cargas ligeras. Todas las iglesias (habían
4, además de la parroquia, el convento y la de los hospitales ya existentes) se
convirtieron en hospitales improvisados. El palacio, la aduana, las comisarías
de policía, la parroquia, el vicariato, el convento, el mercado y los almacenes
se fortificaron. Las mismas iglesias y hospitales (el de San Sebastián y el de
Loreto/Militar) también.
Cerca del
puerto, la parroquia, el palacio y el mercado se convirtió en un importante
reducto fortificado.
Cuando se hizo
el trato para construir el hotel, se acordó con el gobierno de Veracruz que
pondría una comisaría en alguna de las esquinas cercanas. Es así que se crea la
comisaría de la Calle de la Inquisición. Así, nosotros formamos parte,
junto a la comisaria, de otro reducto, más cerca de las murallas.
Era principios
de diciembre y se llevaba ya 2 días con amaneceres muy brumosos, que
estimulaban historias de fantasmas y ponían nerviosos a los centinelas. Se
llevaba días viendo como las fuerzas mexicanas aumentaban día tras día, a
distancia segura de las murallas de la ciudad. También los vientos escaseaban y
estaban huidizos para las embarcaciones. Todo parecía indicar que la próxima
mañana sería igual. Además, un informante le indicó a don Juan Francisco
que los mexicanos aún esperarían algunos días más en atacar, pues esperaban más
provisiones y refuerzos. Yo creo que el general cayó en una trampa. Lo más
seguro es que Santa Anna estuviese acumulando pertrechos para el asedio desde
hace mucho tiempo.
Por un marino
supe que el general Juan Hernando Antonio de la Santísima Trinidad Blanco y
Torres, jefe de toda la formación española y máximo responsable de la
defensa de Veracruz, desde su llegada, mantuvo a dos bergantines patrullando
por esas noches de quietud, a ambos accesos al puerto de Veracruz. En realidad,
nadie esperaba que, por lo menos por mar, hubiese ninguna acción hasta que la
neblina y los vientos se levantaran. Pero los mexicanos fueron ingeniosos, muy
ingeniosos.
Aprovechando
la noche y la neblina, se acercaron muy lentamente, con largos botes de remo y
asaltaron a los bergantines por sorpresa. Por un prisionero mexicano, herido,
me enteré que los españoles fueron agarrados por sorpresa, pero pelearon con la
natural bravura que los caracteriza. En ambos bergantines casi no se lograron
tomar prisioneros. Incluso, en uno de ellos, un marinero se lanzó con una
antorcha al interior de la embarcación, queriendo hacer explotar la
santabárbara. Me imagino que pensó que la explosión del navío podría avisar del
ataque en curso; total, la nave y sus tripulantes ya estaban perdidos. Pero no
lo consiguió.
Aún de noche,
los mejicanos, pasaron a desembarcar en la isla de la fortaleza de San Juan de
Ulúa, manteniendo el sigilo bajo el manto de la neblina. Aunque los mexicanos
les salió bien la primera parte del plan, logrando escalar las murallas y tomar
con silencio las primeras terrazas, los españoles lograron hacerse fuertes en
el interior de la ruinosa fortaleza. A partir de aquí a los mexicanos no les
salió tan bien el asalto, pero era continuo el desembarco de hombres. La
artillería en la fortaleza no veía ningún objetivo a quien dispararle; todo fue
combate cuerpo a cuerpo, del más grotesco, y duró varias horas.
Pero la isla
está a casi un kilómetro y en Veracruz no se enteraron de nada. A pesar de los
ríos de sangre mexicana derramada, consiguieron su objetivo de anular la
fortaleza sin que la ciudad se pusiera alerta. El último grupo de españoles
nunca se rindió. Menos de una centena de hombres se mantuvieron firmes en una
esquina, pero sin ninguna munición. Se dice que murieron casi 1.500 mexicanos
en la isla.
En tierra, las
tropas mexicanas también acortaron distancia hacia las murallas durante la
noche y colocaron artillería en las dos colinas al suroeste de la ciudad,
llamadas Colinas de Santa Fe. Desde allí, al amanecer, comenzaron a bombardear el
puerto y los navíos en él, mientras que desde otras posiciones se comenzaron a
bombardear la ciudad, pero principalmente sus murallas. Aunque la densa neblina
hacia que en estos momentos los tiros fuesen más a ciegas y a suerte que a
cualquier otra cosa.
Para los
centinelas en el puerto debió ser una escena espeluznante comenzar a oír el
silbido de balas de cañón cayendo por doquier y ahora, en medio de la densa
niebla, comenzar a ver desdibujadas algunas velas, algunos mástiles; tanto a
derecha como a izquierda de la fortaleza de San Juan de Ulúa y esta permanece
en un desconcertante silencio ¿Serán buques amigos?
El general Juan
Blanco ordena inmediatamente zarpar a la flota, pero la neblina, la marea
aun insuficientemente alta y la falta de adecuado viento, en medio de toda la
confusión, sumado a que 20 buques de guerra, de diversos tipos, tenían el
puerto realmente congestionado, no facilitaban para nada la maniobra. Gracias a
Dios ya no quedaba ningún buque mercante en el puerto, solo pequeñas
embarcaciones de pescadores.
La artillería
española y veracruzana comenzaron a disparar a las artillerías enemigas. Al
principio sus disparos fueron muy erráticos y no presentaban ningún peligro
para los mexicanos. Pero la ciudad tenía buenos ojos. El general Juan
González había colocado vigías especialmente entrenados en los puntos
altos. En el hotel, por supuesto, había varios. Además, en el campanario de cada
iglesia y en algunos de los baluartes. Su función era guiar a la artillería
mediante dos banderas de colores. Así que pronto la artillería de la ciudad
comenzó a afinar sus tiros y a hacer daño a la artillería mexicana.
Yo enseguida
corrí al último piso del hotel y trataba de ver el progreso de la batalla,
corriendo de una ventana a otra. También había varios curiosos imprudentes. No
todos ellos llegaron vivos al final del día.
En el puerto,
una corbeta española comienza a incendiarse. Los marinos corrían de un lado a
otro por tratar de apagar el incendio. La corbeta está demasiado cerca de otros
navíos y puede generar una desgracia en cadena.
Las piezas de
artillería que los mexicanos habían acercado para bombardear la ciudad
comenzaron a ser el centro de atención de la artillería que la defiende, encajándoles
varias bajas. Debido a la falta de espacios adecuados, la artillería española y
veracruzana no estaba concentrada, sino dispersa, entre lugares a lo largo de
la ciudad y en los baluartes de las murallas, y algunas piezas tenían muy malos
ángulos de tiro. Vi con temor que, aunque la artillería podía ser mucho mejor
guiada en la corrección del tiro que la mexicana, no lograba hacer una
concentración de su poder en un punto determinado.
Las piezas de
artillería sobre las colinas (las que atacaban el puerto) también recibieron la
contestación veracruzana, sufriendo algunas bajas.
Los mexicanos
decidieron ser más prudentes. La neblina comenzaba a levantar y aunque los
mexicanos podrían mejorar un poco su visión sobre la ciudad, la ciudad
mejoraría más la visión sobre ellos. Así que comenzaron a retrasar la artillería
que se había acercado para atacar a la ciudad, colocándola donde su máximo
alcance apenas lograba atacar las murallas. Su objetivo evidente era realizar
boquetes en las mismas (por donde la infantería pudiera pasar) sin que la mayor
parte de sus piezas de artillería, en esta función, estuviese bajo una
importante lluvia de balas de la ciudad.
La ciudad
había sufrido algunos daños, un par de balas habían impactado en el hotel,
generando varios daños, pero sin poner en peligro su estructura. El campanario
de la iglesia también encajó un impacto. Algunos incendios nacieron, que la
población combatía como podía, en medio del miedo; pero hasta ahora nada que ya
la misma ciudad, tristemente veterana en combates, no hubiese vivido y
sobrevivido antes.
El general
mandó a retroceder a la infantería que se encuentra más desprotegida en las
partes más débiles del muro. No hacen nada con esperar que una bala de cañón o
una piedra del muro los mate. Cuando los mejicanos vengan se volverán a tomar
las posiciones de las partes que aún se mantengan en pie y en los escombros de
las brechas abiertas, que se defenderán hasta la muerte.
Pero los
mejicanos mantuvieron la artillería sobre la colina, que atacaba a los navíos
en el puerto. Éstas ya operaban a su máximo alcance. Cuando los cañones eran
destruidos o sus operarios diezmados, eran sustituidos por otros, y en esta
función se estaban usando los cañones alemanes que se habían adquirido,
considerados de los mejores disponibles por Santa Anna.
Mientras, el
terror estaba generalizado en la zona del puerto. Habían aparecido 15 buques a
cada lado de la isla de la fortaleza. Bergantines, corbetas, algunas fragatas y
algún buque de línea, todos con la bandera mexicana. Aunque la primera baja
naval de los mejicanos ocurre aquí, en este momento, cuando una corbeta, debido
a la niebla, no logra divisar las señales de rocas peligrosas, del lado
izquierdo de la isla, y terminan estrellándose contra ellas. Los veracruzanos
no se enterarán de este hecho sino hasta después de la batalla. Los del lado
derecho, tuvieron más suerte y pericia, pues acercarse a su posición sin
visibilidad y guías, sorteando diversos arrecifes estuvo muy cerca de ser una
hazaña.
Los diversos
buques lentamente se alineaban para convertir toda la zona del puerto en una
tumba salada; pero la falta de experiencia mexicana, la neblina que aún se
levantaba con mucha lentitud en esta zona y los pocos vientos también les
traían problemas. La línea de combate era más parecida a un trazado
intermitente hecho por un epiléptico. Tanto en el lado izquierdo como en el
derecho hubo navíos que colisionaron haciendo su maniobra; aun así, lo llevaban
mejor que los buques españoles y veracruzanos, que con el poco viento en contra
veían con desesperación que no les daría tiempo de ubicarse adecuadamente.
Además, de vez en cuando una bala mexicana disparada desde las colinas lograba
dar en el velamen o peor aún, en un mástil, complicando hasta la histeria las
maniobras y las posibilidades. ¿Por qué la fortaleza no disparaba? ¡Los tienen
perfectamente a tiro! Se preguntaba la genta, y la espantosa realidad se hizo
evidente a todos. La fortaleza ya había caído.
Los
bergantines de ambos lados, más maniobrables, por ser los más pequeños, fueron
los primeros en estrenar sus cañones.
Las horas van
pasando y los muros de la ciudad van cediendo. Los mexicanos logran abrir
varias brechas y llega la hora que Santa Anna se levanta de su silla, bajo la
sombrilla, desde donde contempla tranquilamente la batalla, y da la orden de hacer
el primer asalto a la ciudad.
Ha habido
muchas bajas en Veracruz, pero aún son una fuerza defensiva cohesionada. Los
mexicanos avanzan hacia la ciudad, a paso rápido (pero no corriendo, la
distancia es muy larga para ello), gritando consignas. La artillería vuelve a
acercarse para volver a martillar la ciudad y tratar de silenciar las piezas de
artillería que aún quedan defendiendo la ciudad. La infantería española y veracruzana
toma posiciones y espera, espera, espera. Los fusiles poseen, con un buen
tirador, un alcance efectivo de menos de 150 metros (no era raro que se
esperara hasta los 50 metros para las tropas menos entrenadas). Mientras, sólo
las piezas de artillería pueden actuar. Los soldados sudan y los músculos
duelen por la tensa espera. Las heridas leves no se sienten, toda la
concentración se encuentra en las figuras que se acercan.
El combate
naval se intensifica al irse incorporando más embarcaciones mexicanas en
posición de tiro. Los combates van acortando distancia. Varios buques españoles
están en problemas. Algunos con incendios que no se logran apagar y la sangre
española empuja impetuosa a que las embarcaciones busquen trabarse en combate
cuerpo a cuerpo, para por lo menos morir llevándose a la mayor cantidad de
enemigos posibles.
Las primeras
oleadas de mexicanos llegaban a los muros bajo fuego graneado de la infantería.
Los valientes que van de primero (generalmente desesperados que requieren ganar
respeto ante sus jefes), a menos que estén bendecidos por la virgen, caen
muertos o heridos (y suelen ser pisados por los que les siguen); pero hay más
infantes que balas en el trayecto a los boquetes. El combate cuerpo a cuerpo es
lo que es, cruel, dolorosamente hiriente, aturdidor, caótico, animalesco. Los
infantes españoles pelean como los leones cuya fama tienen. Los veracruzones
pelean con la misma valentía, el problema es que los mexicanos también son
valientes, y muchos de sus soldados llevan años matando en guerras legales e
ilegales.
En el puerto,
una fragata explota por los aires, incendiando más navíos aún. Uno mexicano,
pero otros dos más, españoles. El heroísmo no falta en ninguna parte de la
ciudad y menos aún sobre el agua. Una fragata española logró hundir con sus
cañones a una corbeta mejicana y al ser rodeado por embarcaciones enemigas, se
trabó en un feroz combate cuerpo a cuerpo. Perdieron su fragata en un incendio
descontrolado, en medio del combate en la cubierta; pero lograron tomar tanto
el bergantín como la corbeta que los atacaban. Usando la corbeta mejicana se
abalanzaron sin temor sobre el siguiente buque mejicano.
En la ciudad,
son rechazadas las primeras oleadas; cosa que Santa Anna ya preveía. Según mis
cálculos, este primer asalto debe haberle costado por lo menos unos 2.000 a 3.000
hombres.
Se abre una
pequeña brecha de pausa en los combates, que permite a los defensores de la
ciudad trasladar los heridos a los diversos hospitales. Los heridos mejicanos
por el lado de afuera de la muralla no tuvieron la misma suerte.
Santa Anna ya
considera que las defensas se deben haber debilitado más significativamente. Destacan
las varias columnas de humo negro, desde diversas partes de la ciudad. Se dice
que Santa Anna se levantó dijo:
—¡Bueno
muchachos!, ya dejamos de jugar. Ahora comienza lo serio.
Comienza la
segunda fase del asalto.
Esta vez las
tropas mexicanas logran superar a los sobrevivientes que defienden las brechas
abiertas por la Puerta Nueva. Las tropas mexicanas comienzan a desbordarse por
las calles. Los combates no dejan de recrudecer. Las tropas más disciplinadas
no se adentran demasiado en la ciudad, sino que van rodeando los diversos
baluartes en la muralla y los van asaltando hasta que ya no haya quien los
defienda. Así cae el baluarte de San Javier.
En cambio, las
tropas menos profesionales se adentran dentro de la ciudad, buscando matar todo
lo que se mueva y tratar de aprovechar el caos para violar y robar. Esta parte,
si se puede, es más cruel aún, pues se mezclan los infantes de ambos lados que
combaten a fuego de fusil y pistola, así como espada y daga; pero también los
jóvenes y ancianos milicianos que tratan de hacer lo que pueden con machetes y
palas. Niños y mujeres llorando y gritando, huyen despavoridos o se quedan
paralizados, algunos; mientras que otros, gritando igual, en cambio, arañan y
acuchillan desesperadamente. Las calles se llenan literalmente de chorros de
sangre y el fuego se va expandiendo. Los mejicanos intentan infructuosamente
tomar el Vicariato y el Hospital de Loreto, convirtiéndose en las llaves que
cierran su avance.
El general Juan
Blanco había ordenado reservar la mayor parte de las granadas para cuando
los mejicanos estuviesen aglomerados en las calles. Esta táctica provocó
grandísimas cantidades de muertos y heridos entre el enemigo, en cada una de
las oleadas.
En el puerto,
un navío de línea español se muestra como un leviatán que se niega a morir. Sus
cañones logran hundir una fragata mexicana que Santa Anna tenía como su
preferida. ¡Dios, ya quisiera escuchar los insultos que proferirá! Este gran
navío peleó durante horas, prácticamente en ruinas, ya semi hundido, seguía
combatiendo con todo lo que podía. Finalmente, cuando el asalto al mismo tiempo
de 3 buques mexicanos lograba someterlo, explotó, llevándose consigo a uno de
ellos y dejando inservibles a los otros dos.
Pero la marina
española estaba sentenciada en la ratonera donde se encontraba, aunque nunca se
dio por vencida y no permitió que la marina mejicana bombardeara la ciudad.
Mientras en
tierra, el contragolpe de las unidades de infantería dentro de la ciudad y la
carga del propio general Juan Francisco Gonzáles Hernández de Malibrán
al frente de sus valientes 100 jinetes logra una victoria momentánea, negándole
el control de la Puerta Nueva a los mejicanos, aunque sin lograr consolidar su
posesión; pero a costa de que su grupo de jinetes quede reducido a él y 20
jinetes más (casi todos con algún tipo de herida), que se retiran a defender el
palacio. En ese contragolpe ayudó mucho uno de los batallones del regimiento
que ocupa el hotel. Por la cantidad de cuerpos y quejidos en las calles, aquí
deben haber caído muertos o heridos otros 2.000 mejicanos.
Los asaltos
realizados por los mexicanos por el lado sureste, tratando de capturar la
Puerta de la Merced, fueron los que menos éxitos consiguieron. El cuartel,
apoyado por el baluarte de San José y de Santiago lograron mantenerse firme
este lado de las defensas. Los intentos mejicanos por este lado deben haberles
costado de 1.000 a 2.000 hombres más. En cambio, el lado noroeste terminó
siendo el que más cedió.
El Baluarte de
la Concepción, aún permanecía defendiéndose, pero los mexicanos habían logrado
tomar y conservar la Puerta de México (camino a Jalapa), cayendo también los
baluartes de San Mateo y San Juan (que la rodean). El coronel José Fernando
Rivapalacios ya preveía disponer tropas para un contragolpe hacia esa zona,
cuando otras terribles noticias llegan y se abandona la idea.
Por el sur, la
posición conocida como La Noria termina cayendo en manos enemigas, por donde
gran cantidad de tropas mejicanas entran, repitiéndose lo sucedido con las
tropas que habían entrado por Puerta Nueva. Las tropas profesionales rodearon
los cuarteles (que hasta ahora han resistido bastante bien), tratando de
tomarlos. Los demás se adentran en la ciudad y las tropas del 27º regimiento se
encuentran defendiendo el centro de la ciudad (siendo atacados por su
izquierda). Nuevamente, más tropas mejicanas entran por la Puerta Nueva y ahora
el 27º regimiento también se ve atacado por la derecha. Pronto quedamos
completamente rodeados.
A estas
alturas, el hotel parecía una gran chimenea, entre las pequeñas nubes de humo
de los disparos de los fusiles y las más densas, de los pequeños incendios
provocados por los impactos de artillería, la bella estructura exhalaba
bastante humo. Los infantes españoles disparan desde cada ventana a la que aún
haya acceso, pues la edificación ha encajado a lo largo de la batalla, ya
bastantes impactos de balas de cañón. Las paredes de piedra aguantan mejor tales
impactos; pero la estructura de madera de los pisos 3 a 5, no. Tenemos el
hospital lleno y yo mismo casi muero, cuando una bala de cañón me dejó colgando
de una viga, con una caída de 3 metros, llenos de filosas puntas de madera
astillada bajo mío. A partir de aquí, seguí disparando con un rifle M1841 de
uno de los vaqueros gringos que ya no lo necesitará más.
La torre de la
parroquia ya se encontraba completamente desfigurada y gran cantidad de casas
en la ciudad ha sufrido graves daños por el bombardeo de artillería, que
paradójicamente, también han provocado bajas entre los mexicanos dentro de la
ciudad. Si me pareció un poco extraño que de vez en cuando algún impacto de
artillería provocaba una explosión completamente desproporcionada. Pensaba que
algún depósito de municiones escondido fue alcanzado.
El Hospital de
Loreto y el Hospital Militar (uno al lado del otro) resistió heroicamente,
provocando literalmente montañas de mexicanos heridos, pero finalmente no
aguantan oleada tras oleada y la visión de los heridos luchando entre las camas
del hospital, en salvajes cuerpo a cuerpo, es para traumar a cualquiera. Aunque
el coronel José Fernando Rivapalacios trató de enviar un batallón a
apoyar al hospital, no lograron llegar. Finalmente, el hospital cayó.
Ha estas
alturas, muy pocas piezas de artillería de la ciudad aún lograban disparar. Santa
Anna ya piensa que a la ciudad sólo le falta un empujón y es hora de lanzar la
oleada definitiva. Así que entra en primera fila, junto a sus veteranos 200
jinetes y todos los infantes que le quedan, a través de la puerta de México (la
brecha más amplia y consolidada en las defensas). Santa Anna, junto al grueso
de las tropas que están entrando, se desparraman por toda la costa, combatiendo
a lo largo de todo el puerto. El baluarte Concepción cae finalmente ante la
embestida. Se combate fieramente en el convento (ubicado entre la 3ra. Calle
de la playa y la de San Francisco), completamente desbordado, la aduana y
en el palacio.
En el otro
extremo de la ciudad, una parte de los cuarteles aún resiste y ya el baluarte de
Santiago está completamente rodeado. Se combate prácticamente en cada calle.
Las iglesias, las comisarías de policía son puntos donde se trata de resistir
desesperadamente. El regimiento que defiende la zona del hotel, ya combate en
todas las calles que lo rodean, perdiendo poco a poco terreno. En el convento
ya se está resistiendo sólo en el último piso.
Entonces del
palacio salen unos cohetes de fuegos artificiales. Es una extraña señal que
deja sorprendidos a propios y extraños.
Resulta que
los extraños bidones distribuidos por toda la ciudad estaban llenos de pólvora,
y habían sido ubicados por un ingeniero militar para convertirlos en mortales
trampas. Muchos de estos bidones habían explotado ya, en medio de los combates,
pero aún la mayoría permanecían en su letargo. Había milicianos que se
encontraban pacientemente esperando, escoltándolos, esperando la señal, que
finalmente ha llegado.
Entonces,
cuando los hombres pensaban que no se podía ver mayores horrores, el infierno
se hace presente en la ciudad. La zona portuaria comienza a explotar
sistemáticamente, de un extremo al otro. La Calle de la Playa, que va de
extremo a extremo, y la de atrás de ésta, la Calle de la Compañía, estaban
repletas de combatientes mejicanos. Ambas calles habían sido especialmente
minadas, por si los mejicanos lograban entrar por el mar, y la mayor parte de
estas bombas aún se encontraban operativas para cumplir su misión de heraldos
de la muerte. Muchas zonas del interior también explotaron. La ciudad quedó imbuida
en un pitido aturdidor, producto de un inmenso estruendo que lo dominó todo,
seguido de miles de gritos de dolor.
Esto ha sido
una masacre en toda regla. Claro que las explosiones no miraban si eras amigo o
enemigo, volaron pedazos humanos de cualquier bando; pero evidentemente ya
pocos corazones españoles y veracruzanos seguían latiendo; la mayor parte de
los muertos e inmensa cantidad de heridos eran mejicanos. Lógico, pues las
diversas trampas estaban pensadas para causar el máximo daño en las calles, y
la mayoría de los defensores o población civil se encontraban dentro de alguna
edificación. El muelle también había sido minado, pero esas bombas no fueron
detonadas.
Para
desilusión de los defensores, Santa Anna no ha muerto. Para sorpresa de los
mejicanos, Santa Anna se encuentra gravemente herido. Esto provoca una orden
generalizada de retirada. Los mejicanos ahora tienen como prioridad salvarle la
vida a Santa Anna.
Los mejicanos
abandonan la ciudad y es una retirada costosa. No sólo dejan abandonados a sus
heridos, sino que españoles y veracruzanos se envalentonan y arremeten con toda
la poca fuerza que les queda. Yo creo que los mexicanos terminaron perdiendo
otros 4.000 infantes.
Tiempo después
se corrió el rumor de que Santa Anna logró salvarse, pero a costa de perder su
pierna, en una peligrosa operación sin anestesia y muy poco higiénica, que le
realizaron de emergencia.
La vista de
las aguas delante de lo que ha quedado de Veracruz es espeluznante. Las aguas
en rojo intenso, están llenas de barcos hundidos, de los cuales se ve sólo la
cima de los mástiles o una bandera a ras del agua; otros semihundidos, con
incendios que ya nadie trata de controlar y restos de toda clase flotando por
doquier, en medio de miles de cadáveres flotando. Aún se escuchan gemidos y
gritos. Con botes, algunos marineros buscan entre este mar de desperdicios,
muerte y destrucción si hay aún almas que puedan salvarse. Entre la población
sobreviviente se corrió la idea de que se podía caminar de Veracruz hasta la
fortaleza de San Juan de Ulúa, sin tocar el agua, pisando sólo los cadáveres.
Por las
preguntas que le he hecho a los sobrevivientes y la cantidad de miembros,
cadáveres y heridos en la ciudad que yo mismo he constatado, yo estimaría que
los mexicanos han perdido por lo menos 11.000 hombres. No podría saberlo con
certeza, pero yo también afirmaría que debieron perder unos 50 cañones, unas 20
embarcaciones y toda su unidad de 200 jinetes.
De los
defensores, me sorprendió ver que aún éramos unos 2.000 españoles y cerca de 1.500
veracruzanos (y otras nacionalidades); aunque sólo 3 embarcaciones.
Aclaratorias:
La Ilustración
1: Foto atribuida a Paul Emilé Eliot. Fuente: Getty Museum. Sacada de: https://aguapasada.wordpress.com/2014/04/05/3er-recorrido-por-veracruz-en-los-anos-1860s-1870s/
- Batalla de Veracruz:
- El Emperador mexicano pone en asedio al puerto de Veracruz. Logrando la destrucción de las primeras líneas de defensas españolas.
- Las escuadras navales mexicanas y españolas chocan cerca del puerto. La artillería mexicana puesta en los montes aledaños del puerto y la superioridad numérica logran destruir 19 barcos españoles.
- Confiado el guerrero eterno de Zempoala, lidera personalmente la ofensiva para entrar a las calles de puerto. Donde de repente literalmente estallan las calles del puerto, atrapando en la explosión a la infantería mexicana y al general; siendo víctima de la metralla el emperador pierde la pierna.
- Este hecho logra la retirada general de las tropas mexicanas y el bloqueo naval del puerto. Mientras Santa Anna en muletas enfurecido maldice a los 4 vientos a los hijos de putas españoles.
- La victoria pírrica española de Veracruz se pagó con un gran número de bajas españolas y tropas realistas; la casi destrucción de la flota del caribe y la explosión de la mayoría del puerto.
- El Emperador mexicano pone en asedio al puerto de Veracruz. Logrando la destrucción de las primeras líneas de defensas españolas.
- El Emperador Santa Anna hace un entierro imperial de su pierna en la Ciudad de México.
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